miércoles, 24 de febrero de 2016

Edvard Munch, Los bebedores de absenta, 1890.

ENCUENTRO EN EL BAR DE JUANITO
    Quién de nuestros amigos podría escuchar esta disyuntiva tan terrible y siquiera intentar comprenderla. No espero llegar a obtener una conclusión definitiva del caso; ya sé que las cosas insólitas ocurren en los momentos y lugares más impensados.
    Aquella vez Romero y yo nos vimos en el bar de Juanito. Serían poco menos de las once. Recuerdo que entró al local con el semblante desencajado y con unas ganas torrenciales de hablar. Lo escuché durante horas.
–Esta noche pienso acabar con todo, mi hermano –dijo.
    Luego se quedó callado por unos segundos. Nuestros encuentros eran habituales durante el mes. Pero ese día salíamos de alguna reunión imprevista. Yo terminaba de dictar clases en la universidad y él acababa de cerrar caja en un banco.
–Mi relación con Celia está deteriorada. Aparte que la he cagado. No me va a perdonar y ni quiero que me perdone.
–Pero… estabas a punto de casarte –recuerdo que dije, realmente asombrado.
–Eso es lo peor. Se siente ofendida y me quiere ver muerto antes que...
    Tomé un vaso de cerveza. Ya empezaba a involucrarme automáticamente en los problemas sentimentales de Romero. Sólo por curiosidad pregunté:
–Pero… ¿qué es lo peor que puede pasar? Ambos son libres y buenas personas.
–Me he tirado a una flaca, la he cagado… a mi edad, que pensaba que todo estaba claro. Las cosas pueden cambiar radicalmente. No es temor. No vayas a pensar eso. Lo que pasa es que he tenido experiencias religiosas que ya no sé qué pensar.
    Por un momento creí que mi amigo se había vuelto loco. Estaba desvariando. Pero no estaba borracho ni drogado. De hecho, recién íbamos por la segunda ronda de chelas.
–¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
–Mis ángeles me han dicho que no debo dejar a Celia; que la busque antes que sea demasiado tarde. Dicen que está embarazada. Que nos espera un futuro sólido. Que ella es la piedra sobre la cual edificaré mi destino.
–¿Has estado chupando antes?
    El bar de Juanito estaba repleto de individuos. En este lugar se conversaba de todo. Por eso me gustaba venir aquí. Romero me estaba llevando (sin darme mucha cuenta) a un terreno del cual no conozco nada y que, a decir verdad, nunca me ha interesado conocer. Pero estaba pisando el palito.
–Te juro que no me lo creo, mi hermano, pero algo está pasando conmigo. Tú conoces a Celia. Sabes cómo es de rigurosa con algunos temas.
–¿Cómo es eso de que has hablado con tus ángeles? ¿De qué experiencias religiosas hablas?
    Estaba preparándome para escuchar una respuesta semejante, cuando recibo una llamada de mi mujer al celular. Le digo que me espere en su casa una hora y cuelgo.
–Por medio de ella se han manifestado. Suena terrible pero es verdad. La voluntad de Dios busca imponerse sobre mi autonomía, en nombre de la misericordia y la justicia.
–¡Flaco, dos chelas más! –recuerdo que grité.
    Me recosté en el asiento trasero en una actitud incomoda. Me irritaban las palabras de Romero. Pensaba, sinceramente, que se había lavado el cerebro, que estaba por convertirse en evangélico y eso sí que sería el colmo. Felizmente, al instante me aclaró esta duda que germinaba en mi interior.
–Yo no practico ninguna religión, mi hermano, la verdad para mí es el día a día. Aunque de niño creo que fuimos educados con la moral cristiana, ¿no?
–¿Y que más han dicho tus ángeles?
–Me advirtieron sobre el pasado y el futuro. Yo les dije que necesito soledad y autonomía. Que amar es también decir adiós. Que nos desprendemos de algo para crecer. Que la oscuridad con Celia sólo me ha empozado el corazón de sentimientos que no me pertenecen.
–¿Esos seres te proponen una vida, un camino, digamos un destino con el cual no te sientes identificado?
–Exacto. Me siento alienado. No puedo ser yo mismo. Yo no quiero saber más de Celia. Y sí está embarazada, le daré lo mejor a mi hijo.
–¿Y tu querida qué dice? ¿Qué es de ella?
–La conocí de casualidad. Apenas empezamos a hablar y fue suficiente para envolvernos en una vaina que nos llevó hasta un telo. Me gustaría tener algo más con ella. Es linda.
–¿Crees que eso es lo correcto? Tomate un vaso y piénsalo… ¿es lo correcto?
–Quiero ser libre, mi hermano. Quiero crecer. No deseo tener apego por nada ni por nadie. Mis ángeles han dicho que esta mujer es de apariencia no sincera. Que me cuide de las aguas mansas.

    Ahora estaba comprendiendo la debilidad moral de mi buen amigo. Era un régimen totalizador la voluntad divina, y él, un hombre minúsculo, que cree firmemente en su capacidad de trabajo, un ser que apenas busca respuestas lógicas a cada aspecto de sus circunstancias. Ciertamente la disyuntiva era terrible.
–Pero, ¿tú crees en todas esas cosas realmente, que a los ojos de cualquier parroquiano resultan irracionales, sobre todo en nuestra época?
–No creo, pero las estoy viviendo. Estoy conversando de tú a tú con seres que no son de nuestra esfera.
    Hablaba con tanta seguridad. Francamente expresaba una firmeza que se parecía al hierro o al roble.
–¿Y qué has pensando hacer?
–Creer en mis convicciones… si hay algo más allá de la muerte, y los arquetipos de nuestra consciencia nos persiguen… seguiremos siendo los mismos en cualquier lado.
–Para mí que no necesitamos de Dios. Piensa en lo que razonablemente necesitas: ¿que decidan por ti?, ¿que te adoctrinen? No puedes ir por un sendero que es distinto al de tu naturaleza.
Mi amigo clavó su mirada profunda en mis pupilas. Parecía meditar detrás de sus ojos de fuego. Luego de prender un cigarrillo continuó.
–Voy a mandar todo al carajo, mi hermano. Y empezar a vivir desde cero.
    Un grupo de curiosos brindó por nuestra mesa al escuchar la sentencia, y después  aplaudieron con alborozo. ¡Viva la felicidad, compañero!, dijeron en coro, ¡salud por eso! 
    Nosotros también nos reímos.
   Al día siguiente Romero viajaba a trabajar de transportista al Brasil.


lunes, 18 de enero de 2016

Son estos los cinco poemas que merecieron el segundo premio de los juegos florales de la UPAO, allá en el 2013, cuando trabajaba de noche y estudiaba en el día. Ahora que vuelvo a ellos, creo que reflejan los vaivenes y la pasión de la juventud, esa arma poderosa oculta  detrás de las palabras

El fuego de los astros
Con el fuego vespertino de los astros
frente al espejo melancólico de los hombres
mi fe se acrecienta
e intuyo los enigmas de las cosas simples.

¿Qué partitura nos diera el aire si acaso despertara una mano
del hombre junto al corazón del sol?

Atravieso el umbral del mundo
y las vertientes maravillosas de la vida,
pisoteando una cáscara de luna, en la semilla de los frutos nuevos.
Por el horizonte las gaviotas vuelan altas
tras un cielo nublado
como el vidrio húmedo de la piel carnosa.
El aire es la inconsciencia de los muertos:
el viento vierte
el aroma de la Tierra:
un sabor a café, una amarga victoria:
la sal de las gotas hondas
cae silenciosa sobre el mar.

Todas las almas vendrán crucificadas al mar.

Entre tanto que la frente oscurecida se nos aja,
la última noche del mundo fui a dar mi alma donde un bosque frondoso,
con la frescura amable de los pecadores.
¿A merced de quién el canto de las aves
el calor de Mercurio
las hojas de Otoño
bordearán el lago de la eternidad?
Las huellas
del peregrino que nada teme y que nada espera
revelarán el cielo verde para la dicha.

Árbol contra el viento
Al fin han llegado los años
corriendo prontamente como caballos dorados o sueños
girando por la tarde descienden alegres sobre tu pelo
yo te beso mariposas en la lengua
lagartijas en los ojos
cuando contemplo mi rojo corazón en la membrana de tus espejos.
No quieras mirar atrás.
No corras detrás de la niebla.
No me llames cuando me asiente entre los bosques perdido.
Soy un animal salvaje sediento de tristeza!
Tus manos contienen profundidades marinas
donde monstruos bellos tuvieron el agua al nacer...
Quédate en mi casa, hermana mía,
y tejeré nocturnos para el santo cubil de nuestras s o l e d a d e s.

Horizonte
El cielo es el universo, el mar la nada.
¿Quién nos protege del terror y el ensueño- del arte de Dios-;
de las desdichas de los hombres justiciables
que loan los quehaceres de la lid divina?

Con la ceniza del cuerpo el tiempo fluye
tras un río coronado de miel...                                                     
El peregrino hallará los puertos de la conciencia
alborozado como las fuentes primigenias del viento.
La fascinación gravita en la penumbra
del sueño y la concordia…

Cuando la belleza animal se dore con la arena,
la lluvia, oh reino, será también de arena.

El sol es un punto sin color en la primera mañana del mundo.


Clara
De entre las sombras de los árboles apareces de cuando en cuando, aprovechando la lluvia,
la necesidad de volar
a la cima de las montañas entre halcones y bestias cerca del viejo cielo.
Conocer los secretos de tus ojos
y descubrir el aliento de tu voz
cuando posabas de pie sobre mis manos
es la prolongación de un recuerdo de hielo
estancado entre los valles diminutos del corazón.
La noche aquella en que dibujé palomas en tu pecho
y expulsé poemas por los labios,
por los ojos,
por los dedos y los dientes,
escribiendo entre tu vientre,
convertiste las fragancias del adiós en un aroma
indescriptible.
Ángel de arena,
de sal, de agua y colores diversos;
múltiples mundos descubrimos cada hora, día, semana,
cada tiempo, lugar,
cada año que se va…
cada aurora,
cada noche,
cada sol y un crepúsculo eterno entre estas nuestras tardes otoñales.

Oh señor, ¿qué será cuando el silencio penetre la cordura 
y el signo florezca como rosas en primavera?
¿Qué será cuando te busque desesperado por el cielo y por el mar,
debajo de las rocas en Huanchaco,
una a una,
entre caballos de totora,
en medio de una ola,
cuando muera un poco por tu
pelo?
Oh, mujer diablo.
Tu cabello
entre tu blanca espalda contienen los enigmas de mi existencia.

¡Valen las promesas si juntos somos ovejas del mismo rebaño!


Poema

Despacio, contraes el espíritu en una partícula de aire
cuando el dorado perfecto del oro derretido
el sol arroja a los ríos de las mañanas.
La Tierra es una naranja pero no dulce.
Las gaviotas y los mares se conjugan en una procesión eterna
cuando sobre la arena desnudas los secretos que ocultas entre las ropas.
¿Por qué de entre tus manos no borbotan los bosquejos del amor
si entre las profundidades de los abismos me encontrarás junto a mis perros
y los posibles horizontes?
La fascinación de tus ojos entre mis ojos no conservan ni ton ni son
de los fantasmas del ayer;
piedra o mandarina quemada.
La gloria de mis desquiciadas manos bordeando tus caderas
es la promesa de un itinerario continuo
;
libro y cigarro languideciendo.
Escuchar atento las plegarias del adiós es tal vez
los ahogos de un suspiro;
corazón y flecha colgada.
Amaneceres oscuros construyen las vidas fáciles
mas entre el calor de tus manos
y nuestro mágico delirio somos rosa en el camino,
pelota en la escalera,
locura entre la cordura,
TV prendido y sin antena.
Las llaves del silencio
y la insania del amor
por decir la fuerza y el color
son tus piernas y gemidos
las puertas y latidos
las sonrisas del olvido
juntos enterrados.

martes, 6 de octubre de 2015

Imagen: Pintura Bohemia. Elias Reyes
NUEVAS TENDENCIAS DE LA BOHEMIA TRUJILLANA
    Después de algunos breves años, de aprendizaje y duro crecimiento, la bohemia no ha podido desprenderse por completo de todos nosotros, los Gatos.
    De un tiempo a esta parte, digamos siglo XXI, considero que es de vital importancia dejar gratos recuerdos en la memoria de nuestros seres más queridos, ya sea hermanos, tíos, amigos, padres, mujeres, ángeles o demonios. Aunque a decir verdad, quien procure recordarnos más allá de la vida y la muerte, solo puede hacerlo en virtud del primer contacto poético, a modo de signo distintivo, entre las vicisitudes de nuestros recuerdos.
    Una de las etapas más importantes en la vida de todo ser humano es el poder atravesar con relativo éxito aquella edad que, mal que bien, puede denominarse “la edad oscura”, o lo que el escritor Gonzalo del Rosario determinó con cierta ironía en uno de sus textos como “post adolescencia”. Esos peldaños difíciles pero felicísimos, que están comprendidos entre los 19, 21 o 22 años, son fundamentales porque es cuando estamos obligados a crecer, a mutar de piel, a fracasar, a enfrentar cualquier tipo de crisis, a juntarnos con parientes cercanos y de espíritu, a llevar una carrera universitaria y viajar, a procurar hacerse de un lugar y un nombre si acaso brilla en nuestro fuero interno aquel fuego o impulso creador. Todo ello nos lleva muchas veces a recorrer los caminos del exceso, como forma esencial de aprendizaje.
    Nos basta dar un par de vueltas por la realidad para advertir las tentativas socarronas, pueriles, tremebundas de la juventud. La bohemia aparece entonces como la escena perfecta para el conocimiento del amor y la amistad, la vocación de artista o de intelectual. Hay un poema de Arthur Rimbaud titulado precisamente “Mi Bohemia”, el cual expresa la imagen del poeta vagando feliz por los prados, con los “bolsillos rotos”, absolutamente libre y salvaje, sin ningún tipo de atadura moral o social, soñando apenas con la grandeza de los cielos.
    Sea ya entre la sombra de los parques, debajo de la cruz en el ovalo Papal o en el bar de don Gume, frente al mar oscurecido de Buenos Aires o en las playas de Huanchaco; de cuando en cuando aparece algún joven aficionado a la bohemia dispuesto a conversar con los Gatos sobre las grandes preguntas celestes, a escuchar el discurrir del prójimo o viajar con el concepto de una imagen.
    Y esto me remonta a un cuento de Dylan Thomas titulado “Tal y como perros callejeros”, aparecido en una antología denominada “Cuentos Urbanos”, donde unos jóvenes vagabundos se juntan una tarde solo para fumar debajo de un puente y contemplar la puesta del sol y contarse ciertas historias melancólicas, y después se retiran pausadamente, hasta el día de mañana. O como cuando los camaradas de Horacio Oliveira en la novela Rayuela forman El club de la Serpiente y se la pasan bebiendo, charlando sobre arte, filosofía y política. O como los personajes Arturo Belano y Ulises Lima en la novela Los Detectives Salvajes del chileno Roberto Bolaño que, mientras buscan a Cesárea Tinajero, una poeta mexicana desaparecida, durante varios años y en distintas partes del mundo, hacen de las suyas junto al más joven de los Infrarrealistas, el estudiante García Madero, divagando sobre distintos poetas y los bagajes de la literatura universal.
    En nuestra localidad actualmente la bohemia como forma de expresión existe, pero no como una mera catarsis, sino con propuestas tan interesantes en el campo de la educación y las artes visuales como “Cinescuela” de David Sarmiento o “TV-Out” de Manuel Rubio, o el lanzamiento de las revistas literarias “Tromoz” de Jorge Torres o “Alienación” de Gonzalo del Rosario. Y en el campo de las ciencias jurídicas la incipiente pero prometedora Asociación para la Investigación Jurídica “Ratio Iuris”, a cargo del jurista Sergio Díaz. Algunos de los antes mencionados junto con este narrador forman el grupo literario “Los Gatos” desde hacía ya buen tiempo.
    La tendencia actual de la bohemia no es aquella actitud de (in)sana rebeldía restringida únicamente a vagabundos formales, sino a estudiantes de toda la vida, autodidactas, quijotes de buena madera, entusiastas por el conocimiento y la sabiduría, la sencillez de las palabras, los belleza de los sueños y el contraste con nuestros días. Tal como lo vivieron en su momento los maestros del Grupo Norte en nuestra tradición y, más tarde, el grupo Trilce.
    Con excursiones periódicas a las cataratas de Condornada, en Virú tierra adentro; o visitas al Cerro Campana y a las ruinas de Chan Chan mediante los rituales del San Pedro; los jóvenes bohemios de este tiempo no anhelan más que simplificar lo denso de la atmosfera existencial imperante, porque cada generación vive su tiempo, y porque cada hombre busca justificarse así mismo.
    Solamente a un punto central se resume el deber teleológico de los Gatos, es decir vivir intensamente cada momento, sin ningún prejuicio, alternar las condiciones del orden de las cosas con nuestras propias concepciones, fomentar el asombro, desdoblarnos como aventureros de emociones, cual si fuéramos videntes, cual si fuéramos almas que navegan sin rumbo hacia la luz de la historia bajo presión de sabe Dios qué madurez o insoportable cordura.






jueves, 24 de septiembre de 2015

Foto: Internet
Milan Kundera o el mago de las relaciones humanas
    La literatura de Milan Kundera (República Checa, 1929) se aproxima como un viaje a lo profundo de uno mismo y de los hechos que nos comprometen en el devenir diario de las cosas.
    El filósofo peruano Antenor Orrego hace una reflexión en uno de sus escritos acerca de lo efímero y lo eterno, temas que descollan en la pluma del novelista Checo. Y al respecto añade lo siguiente: “Todo hecho en sí está constituido por dos elementos. El uno es pegadizo, circunstancial, aparente, perecedero que le da forma inmediata en el momento de producirse, que le hace visible a los ojos vulgares que apenas pueden percibir lo puramente formal, la hojarasca, el ripio, la caparazón grosera y externa (…) El otro es la aptitud vital, el alma del hecho, lo que persiste y vive, lo que se mentaliza y crea, lo que engendra nuevos hechos y forja historia. Es la esencia productora, el vigor latente, el valor intrínseco, la energía en potencia, la fuerza esencial, el ovulo reproductor, la semilla de la vida, la matriz de los siglos, el dinamismo de los acontecimientos, el fecundador de los instantes, el proceso de la eternidad. Es a la vez hijo del hecho anterior y padre del hecho futuro”.
    La descripción de Orrego hace referencia a dos caras de la misma moneda; la primera es intuitiva y la otra palpable, una trasciende y la otra languidece. ¿En qué posición se ubica el lector frente a la obra de Milan Kundera? Con títulos sugerentes como La lentitud, El libro de los amores ridículos, La inmortalidad, La identidad y La ignorancia; el escritor plantea la disyuntiva de los actos humanos y su levedad o el peso que pueden generar en el destino del hombre.
    Desde los albores de la novela La broma, que, dicho sea de paso fue su primer trabajo narrativo, se advierte la degradación moral, la caída en picada de un joven estudiante universitario, Ludvik Jhan, miembro del Partido Comunista Checo, a partir del envío de una postal a Marketa, fiel compañera de estudios, en el cual se burla de la seriedad y el optimismo ideológico (político) de aquella época: “El optimismo es el opio del pueblo”, escribe. A partir de allí empieza la enorme carga de su irresponsabilidad: es expulsado de la universidad, del Partido en el que casi todo el mundo milita, es enviado al reformatorio del ejército y, finalmente, estigmatizado socialmente por su irreverencia juvenil. Hay un momento donde Ludvik Jhan hace un breve pero importante reparo de su vida, ya convertido en adulto, mucho tiempo después: “Al igual que habían devastado a Lucie mediante el amor físico y habían privado así su vida del valor más elemental, a mi vida le habían robado también los valores sobre los que pretendía basarse, que eran en su origen inocentes”.
    Ludvik vive entre dos amores fundamentales. El romance de Lucie; mujer llana, nerviosa; basado en la ternura y la nobleza, se convierte en un ideal para liberarse de su desgracia hacia lo sublime. Por otra parte está el de Helena; mujer casada, madura; dispuesta a las grandes pasiones que se sustentan en el riesgo y la aventura, el ridículo y la venganza, el cinismo y el rencor.
    La insoportable levedad del ser es de los mejores y más populares libros de Kundera que retrata la frivolidad, la superficialidad del alma, la dependencia de la voluntad respecto del misterio que se oculta detrás de cada detalle y hecho inconsciente. En esta novela el personaje central es Tomás, un galeno respetado, muy querido, quien trabaja en un hospital del Estado. Por la publicación de un artículo tergiversado, en un semanario de poca monta, que propulsó a su vez la histeria anticomunista, digamos en tiempos sobre la invasión rusa a Praga; el renombrado médico fue lentamente degradándose, perdiendo su reputación social y su empleo hasta llegar a convertirse en un limpiador de escaparates.
    El doctor Tomás, no obstante, tiene una debilidad secreta que comprende la fuente del conocimiento poético del cuerpo y que al mismo tiempo constituye el mayor de sus peligros existenciales: el amor de Teresa. Ella es una muchacha insegura, tímida, sentimental pero también leal, que está a dispuesta a perdonarlo todo, incluso el olor a sexo en la cabellera de Tomás cuando éste regresa del trabajo. Es un amor terco, despiadado, que va hilvanando un engranaje de reproches e indulgencias, manifestando grandes gestos de ternura y dolor, comprensión y desapego, como dos individuos alados que no pueden volar hasta adquirir otro cauce que el de la propia muerte.
    La levedad del ser resulta insoportable en el sentido con que muchas veces afronta el hombre la fragilidad de su destino, sin sospechar el irremediable peso de cada acto, y que abarca todos los temas posibles, digamos temas cotidianos que van desde la política, el sexo, la amistad y el amor.
    Milan Kundera es un mago del misterio de las relaciones humanas. La voluntad del ser debe imponerse más allá de lo superficial y lo arcaico, para trascender los propios límites de la mente y el cuerpo, y adquirir la autorrealización, el cumplimiento del deber o lo que otros llaman felicidad instantánea.


jueves, 13 de agosto de 2015

VIAJE HACIA CONDORNADA: crónica de una breve expedición

Foto: Manuel Rubio
El principio de todo
    Hasta que por fin se dio la soñada travesía. Estábamos ansiosos días antes, digamos hasta temerosos, las fotos que vimos en el Facebook de uno de los amigos de Varas eran sencillamente deslumbrantes, por el paisaje, el carácter aislado de su hábitat. Matizando nuestros planes, de trago en trago esa noche íbamos organizándonos. ¿Qué haremos?, dijo Manuel Rubio, pensé que iríamos en una móvil directo hasta Virú, y de allí empezar la caminata hasta Condornada. Pero la combi no se ha llenado pues, respondió Varas, estamos jodidos, tenemos que tomar un bus interprovincial dice mi pata, que nos lleve hasta el Puente, y después él nos jalará en su movilidad hasta Caray. Nos cobra 25 soles por cabeza. Pero esto es demasiado, opinó luego Sarmiento, en un restaurante frente al mar embravecido de Buenos Aires, chupando como demonio. ¿Entonces qué hacemos?, volvió a preguntar Manuel Rubio. Si quieren vámonos en moto, dijo Varas, pero hay que avisarle al Gato Síficus, para ir en parejas. ¡Mejor!, respondieron en coro los dos, ¡así está de putamadre!
    Al día siguiente, domingo 9 de agosto, nos encontramos en el Ovalo Grau a las siete de la mañana, y el hecho de despertar con resaca algunos y otros simplemente con sueño, reventando como canchitas en los ojos, hizo que volvieran recuerdos de la escuela, cuando madrugaba el que menos para ir a formar como cachacos en los patios de cada institución educativa. Pero esto no tiene mayor importancia. El asunto es que partieron por ese camino ignoto, sin guías turísticas, recorriendo aquel culebrón que es la carretera Panamericana, lleno de niebla y de frío y de camioneros que pasaban furiosos, comiéndose el asfalto como espaguetis. Era el desmadre. Una ruta larguísima. Con subidas y bajadas y el desierto en nuestras espaldas. El Gato Síficus manejaba como si fuera el último conductor del mundo, y desde lejos se veía a Sarmiento flamear, con lo flacucho que es, como una bandera, agarrándose apenas de la parrilla de la moto Honda.
    Varas y Manuel Rubio se cagaban de la risa, pero también de adrenalina. Iban con el cambio número cuatro, a máxima velocidad. Sobre todo cuando un escarabajo Volkwagen los adelantó rozando el intermitente inferior, haciéndolos trastabillar, demostrándonos en la cara lo mal que manejan los peruanos. Pero eso no significó un amedrentamiento ni mucho menos.
    Sin embargo, hubo un momento en que los brazos de Varas se entumecieron. Repito, era el desmadre. Sabían adónde es que podían llegar, conocían el destino final, pero no los detalles del camino, el proceso. En cada viaje llega un momento en que ya no existe marcha atrás: o lo tomas, o respiras una bocanada, o avanzas con todo el coraje, o te vas a la mierda. Manuel Rubio empezó a disparar con su cámara hacia los cerros, las señalizaciones de los kilómetros, el número 533, y aquí Varas tuvo que detenerse, para orinar, estirar las piernas, ya había transcurrido una hora, pero ésta era una de las tantas de las que realmente el día nos deparaba.
    Me voy a morir de frío, dijo Manuel Rubio, pero qué chucha. El Gato Síficus iba a una gran distancia como un huevo flotando en la niebla.
Foto: Manuel Rubio
La hora del mercadito y el Puente
   Milagrosamente llegamos íntegros, a salvo. Nuestras motos, una Honda y una Yamaha, eran lentas en realidad, motores pequeños, pero cómo corrían por esas pistas, parecían un par de caballos o burros relinchando como cuetes.
    Nos agenciamos de víveres para sobrevivir, puesto que teníamos que caminar atravesando un valle de abismos y trampas y árboles y enormes piedras que parecían tener cada una millones de años. Pero ahí estábamos los cuatro, buscando mandarinas, choclos, galletas, vinos, manzanas y bananos. Era un día de fiesta. El desmadre. No sabíamos si esa noche regresábamos a casa o acampábamos a la deriva. Varas empezó a llamar a su pata César, quien ya conocía la ruta, puesto que de él nos vino la idea, gracias a unas fotografías que vimos en sus redes sociales. Dijo apenas tres o cuatro cosas puntuales y aquello fue suficiente para proseguir el derrotero y con nuestra búsqueda, sin vacilar.
   Cuando entramos al pueblo con cierto orgullo, no sé por qué realmente,  presentíamos el encuentro con algo hasta entonces desconocido. Estábamos a punto de explorar una zona de nuestra propia existencia. Uno de los lugares más bellos de nuestra región. El cansancio no era motivo para el tedio.
    Ahora buscábamos la localidad de Caray. No estaba cerca. Allí teníamos que dejar las motos para echarnos a vagabundear. Alguien dijo que quería comer cañanes. Aprovechando el pueblo, uno que otro volvió a orinar.
    Calentamos motores y emprendimos nuevamente el viaje, tierra adentro.

Foto: Lautaro
Los círculos misteriosos de los cerros
   El Gato Sificus avanzaba a toda marcha, subiendo peldaños, zigzagueando, bordeando el filo del abismo, con el Sarmiento atrás como un arlequín o un personaje semejante. Manuel Rubio no paraba de buscar una imagen, digamos un cuadro, un instante para el lente del corazón fotográfico. De hecho que existen muchos lugares en el Perú y el mundo que resultan fascinantes. Pero aquí lo que trasciende es la camaradería y la aventura de nuestro gran viaje. Sabían los cuatro cuál era el propósito de cada uno de sus pasos, eso como que se presiente, dijo Varas. El Gato Sificus se alucinaba Ciro en el Valle del Colca y gritaba hoooolaaaaa, hoooolaaaaa, y las enormes piedras del tamaño de una casa de tres pisos ni se inmutaban pero emitían una radiación hermética en medio de ese vasto paraje, misterioso. Felizmente no encontramos ni un mosquito que nos fastidiara.
    La carretera ascendía como una serpiente por los múltiples cerros. Llegamos hasta las ruinas arqueológicas de una cultura prehispánica. Un poblador dio con nuestro alcance y nos recomendó ciertas pautas para llegar con bienestar a Condornada. Seguimos la ruta y por momentos pensamos que nos dirigíamos hasta el cielo. Ya no había señal en nuestros celulares. Ahora sí estamos medio perdidos, dijo alguien. Cuando llegamos a Caray, unos lugareños nos saludaron amablemente y nos pidieron que avancemos hasta la última casita de la zona, para después echar la verdadera caminata del día. Y así lo hicimos.
    Los patos y las gallinas se ahuyentaron con el rugido de nuestras motos.


Foto: Manuel Rubio
     Llegada triunfal a Condornada
    Como ustedes son unas madres, van a tardar poco más de tres horas, dijo un poblador en la última cabaña de Caray. Algunos fuimos al baño. Creo que Varas tenía mayores urgencias. Y seguimos internándonos en una niebla cada vez más espesa, refrescante, surreal, a pie. Sarmiento estaba anonadado. El Gato Sificus iba leyendo poemas de Cesar Vallejo al viento. Manuel Rubio parecía un gánster. Varas iba fumando y comiendo mandarinas, lo cual resultaba contraproducente, ya que se requería de buenos pulmones para llegar. A veces nos topábamos con otros seres humanos que estaban ya de venida. ¿Cuánto nos falta de recorrido, tíos?, preguntaba el Gato Síficus. Sigan adelante, nos decían, si se guían  por las flechas amarillas no se perderán. Un río sobrecogedor nos contemplaba desde abajo. El valle era intenso.
    Después de varias horas de consumir  tan sólo agua y algunas frutas nos pusimos a descansar, al costado de una colina, para meditar en qué andábamos. Y más seres humanos nos daban el encuentro, pero de bajada, y todos decían lo mismo, “ya van a llegar, ya van a llegar”. Hubo uno de esos tíos que se atrevió incluso a pedirnos marihuana. Por supuesto, los nuestros se negaron rotundamente.
    Fue por allí que derramamos una botella de los dos vinocos que compramos. Unos vinos Borgoña horribles. Para los duendes, dijo Sarmiento. Yo, viéndolos ahora desde este punto, pienso qué clase de locura es la que tenemos. El Gato Síficus y Varas se tomaron fotos bajo la sombra de un árbol. Para nuestro aprendizaje, dijeron.
     Ya eran las dos de la tarde y aun no llegábamos a las cataratas de Condornada.
    Y es que el camino era difícil. Las piernas tambaleaban. Era finalmente una ansiedad. Nos acompañaba sólo el silencio por momentos. Nada más propicio para escuchar nuestras voces. Con el calor de la sangre, y el entusiasmo por  Naturaleza, lo demás ya no importaba. No extrañamos el sol de Trujillo, ni la comida, ni el trabajo, ni las horas. Nuestra imaginación volaba.
    Con la lengua elástica, finalmente vislumbramos, luego de un profundo descenso, la verdadera magia de Naturaleza: una catarata sensacional rompía sobre unas piedras colosales, y la neblina diáfana y fresca, anunciaba que ya estábamos en Condornada, donde según cuenta la leyenda, hace tres años se ahogó entre sus fuentes un niño. Manuel Rubio dijo en qué momento aparece el unicornio tomando agua, por el carácter surrealista del paisaje.
    Algunos pobladores cuentan que aquí se bañaba un famoso Cóndor. Mientras tanto, nosotros nos sumergimos entre sus aguas a purificar nuestras almas, algunos a bautizarse, las nubes estaban al alcance de las manos, calatos.

     El retorno
Foto: Manuel Rubio
    Exhaustos, después de comer atún con galletas, y de nadar como unos puercos, retornamos porque no teníamos tiempo de sobra, aquí el día es pequeño. Y fuimos andando, jugando con la fornida vida, el aire, la flora, la majestuosidad de las cosas. Llegamos empapados al pueblo, cuando ya era de noche. Ahora el regreso sería diferente. Salíamos de la claridad del mundo para regresar felices al lado de una oscuridad intensa, en dos pequeñas motos, no había luna, por esa tremenda carretera que es la Panamericana. Y para remate, el Gato Síficus no tenía ni espejos retrovisores ni luz delantera. Varas le hacía señales, como guiños, de cuando en cuando. A toda velocidad, en forma de simbiosis, una moto, la Honda, dependía de la luz de la Yamaha. Manuel Rubio iba abrazado del Gato Síficus. Y la cámara bien guardadita entre los dos. Habíamos intercambiado parejas para el retorno.
    Era como viajar por un túnel negro. Sarmiento iba durmiendo, al parecer, porque no dijo ni pio, y Varas temblaba por la fragilidad de la moto, y el peso de las mochilas, pero la nave corría sola por el universo, ¡sola!
    Cuando llegamos al Ovalo Grau nos detuvimos para ver qué hay de nuevo. El Gato Sificus dijo que se había conectado con Naturaleza y que había iniciado el despertar de su conciencia. Sarmiento añadió que estaba asombrado por la inmensidad de Condornada y que por ello su mutismo. Manuel Rubio dijo que el paisaje era muy visual, que valía la pena, y que podría grabar allí una película. Varas agregó que el viaje era una gran aventura, el enfrentamiento con lo desconocido, las rutas, el destino final, y el riesgo respecto de la vida y la muerte.
    Y así, con un saludo mas bien deportivo, cada quien se marchó internándose en la negra noche, hasta que el vino otra vez los junte.