martes, 6 de octubre de 2015

Imagen: Pintura Bohemia. Elias Reyes
NUEVAS TENDENCIAS DE LA BOHEMIA TRUJILLANA
    Después de algunos breves años, de aprendizaje y duro crecimiento, la bohemia no ha podido desprenderse por completo de todos nosotros, los Gatos.
    De un tiempo a esta parte, digamos siglo XXI, considero que es de vital importancia dejar gratos recuerdos en la memoria de nuestros seres más queridos, ya sea hermanos, tíos, amigos, padres, mujeres, ángeles o demonios. Aunque a decir verdad, quien procure recordarnos más allá de la vida y la muerte, solo puede hacerlo en virtud del primer contacto poético, a modo de signo distintivo, entre las vicisitudes de nuestros recuerdos.
    Una de las etapas más importantes en la vida de todo ser humano es el poder atravesar con relativo éxito aquella edad que, mal que bien, puede denominarse “la edad oscura”, o lo que el escritor Gonzalo del Rosario determinó con cierta ironía en uno de sus textos como “post adolescencia”. Esos peldaños difíciles pero felicísimos, que están comprendidos entre los 19, 21 o 22 años, son fundamentales porque es cuando estamos obligados a crecer, a mutar de piel, a fracasar, a enfrentar cualquier tipo de crisis, a juntarnos con parientes cercanos y de espíritu, a llevar una carrera universitaria y viajar, a procurar hacerse de un lugar y un nombre si acaso brilla en nuestro fuero interno aquel fuego o impulso creador. Todo ello nos lleva muchas veces a recorrer los caminos del exceso, como forma esencial de aprendizaje.
    Nos basta dar un par de vueltas por la realidad para advertir las tentativas socarronas, pueriles, tremebundas de la juventud. La bohemia aparece entonces como la escena perfecta para el conocimiento del amor y la amistad, la vocación de artista o de intelectual. Hay un poema de Arthur Rimbaud titulado precisamente “Mi Bohemia”, el cual expresa la imagen del poeta vagando feliz por los prados, con los “bolsillos rotos”, absolutamente libre y salvaje, sin ningún tipo de atadura moral o social, soñando apenas con la grandeza de los cielos.
    Sea ya entre la sombra de los parques, debajo de la cruz en el ovalo Papal o en el bar de don Gume, frente al mar oscurecido de Buenos Aires o en las playas de Huanchaco; de cuando en cuando aparece algún joven aficionado a la bohemia dispuesto a conversar con los Gatos sobre las grandes preguntas celestes, a escuchar el discurrir del prójimo o viajar con el concepto de una imagen.
    Y esto me remonta a un cuento de Dylan Thomas titulado “Tal y como perros callejeros”, aparecido en una antología denominada “Cuentos Urbanos”, donde unos jóvenes vagabundos se juntan una tarde solo para fumar debajo de un puente y contemplar la puesta del sol y contarse ciertas historias melancólicas, y después se retiran pausadamente, hasta el día de mañana. O como cuando los camaradas de Horacio Oliveira en la novela Rayuela forman El club de la Serpiente y se la pasan bebiendo, charlando sobre arte, filosofía y política. O como los personajes Arturo Belano y Ulises Lima en la novela Los Detectives Salvajes del chileno Roberto Bolaño que, mientras buscan a Cesárea Tinajero, una poeta mexicana desaparecida, durante varios años y en distintas partes del mundo, hacen de las suyas junto al más joven de los Infrarrealistas, el estudiante García Madero, divagando sobre distintos poetas y los bagajes de la literatura universal.
    En nuestra localidad actualmente la bohemia como forma de expresión existe, pero no como una mera catarsis, sino con propuestas tan interesantes en el campo de la educación y las artes visuales como “Cinescuela” de David Sarmiento o “TV-Out” de Manuel Rubio, o el lanzamiento de las revistas literarias “Tromoz” de Jorge Torres o “Alienación” de Gonzalo del Rosario. Y en el campo de las ciencias jurídicas la incipiente pero prometedora Asociación para la Investigación Jurídica “Ratio Iuris”, a cargo del jurista Sergio Díaz. Algunos de los antes mencionados junto con este narrador forman el grupo literario “Los Gatos” desde hacía ya buen tiempo.
    La tendencia actual de la bohemia no es aquella actitud de (in)sana rebeldía restringida únicamente a vagabundos formales, sino a estudiantes de toda la vida, autodidactas, quijotes de buena madera, entusiastas por el conocimiento y la sabiduría, la sencillez de las palabras, los belleza de los sueños y el contraste con nuestros días. Tal como lo vivieron en su momento los maestros del Grupo Norte en nuestra tradición y, más tarde, el grupo Trilce.
    Con excursiones periódicas a las cataratas de Condornada, en Virú tierra adentro; o visitas al Cerro Campana y a las ruinas de Chan Chan mediante los rituales del San Pedro; los jóvenes bohemios de este tiempo no anhelan más que simplificar lo denso de la atmosfera existencial imperante, porque cada generación vive su tiempo, y porque cada hombre busca justificarse así mismo.
    Solamente a un punto central se resume el deber teleológico de los Gatos, es decir vivir intensamente cada momento, sin ningún prejuicio, alternar las condiciones del orden de las cosas con nuestras propias concepciones, fomentar el asombro, desdoblarnos como aventureros de emociones, cual si fuéramos videntes, cual si fuéramos almas que navegan sin rumbo hacia la luz de la historia bajo presión de sabe Dios qué madurez o insoportable cordura.






jueves, 24 de septiembre de 2015

Foto: Internet
Milan Kundera o el mago de las relaciones humanas
    La literatura de Milan Kundera (República Checa, 1929) se aproxima como un viaje a lo profundo de uno mismo y de los hechos que nos comprometen en el devenir diario de las cosas.
    El filósofo peruano Antenor Orrego hace una reflexión en uno de sus escritos acerca de lo efímero y lo eterno, temas que descollan en la pluma del novelista Checo. Y al respecto añade lo siguiente: “Todo hecho en sí está constituido por dos elementos. El uno es pegadizo, circunstancial, aparente, perecedero que le da forma inmediata en el momento de producirse, que le hace visible a los ojos vulgares que apenas pueden percibir lo puramente formal, la hojarasca, el ripio, la caparazón grosera y externa (…) El otro es la aptitud vital, el alma del hecho, lo que persiste y vive, lo que se mentaliza y crea, lo que engendra nuevos hechos y forja historia. Es la esencia productora, el vigor latente, el valor intrínseco, la energía en potencia, la fuerza esencial, el ovulo reproductor, la semilla de la vida, la matriz de los siglos, el dinamismo de los acontecimientos, el fecundador de los instantes, el proceso de la eternidad. Es a la vez hijo del hecho anterior y padre del hecho futuro”.
    La descripción de Orrego hace referencia a dos caras de la misma moneda; la primera es intuitiva y la otra palpable, una trasciende y la otra languidece. ¿En qué posición se ubica el lector frente a la obra de Milan Kundera? Con títulos sugerentes como La lentitud, El libro de los amores ridículos, La inmortalidad, La identidad y La ignorancia; el escritor plantea la disyuntiva de los actos humanos y su levedad o el peso que pueden generar en el destino del hombre.
    Desde los albores de la novela La broma, que, dicho sea de paso fue su primer trabajo narrativo, se advierte la degradación moral, la caída en picada de un joven estudiante universitario, Ludvik Jhan, miembro del Partido Comunista Checo, a partir del envío de una postal a Marketa, fiel compañera de estudios, en el cual se burla de la seriedad y el optimismo ideológico (político) de aquella época: “El optimismo es el opio del pueblo”, escribe. A partir de allí empieza la enorme carga de su irresponsabilidad: es expulsado de la universidad, del Partido en el que casi todo el mundo milita, es enviado al reformatorio del ejército y, finalmente, estigmatizado socialmente por su irreverencia juvenil. Hay un momento donde Ludvik Jhan hace un breve pero importante reparo de su vida, ya convertido en adulto, mucho tiempo después: “Al igual que habían devastado a Lucie mediante el amor físico y habían privado así su vida del valor más elemental, a mi vida le habían robado también los valores sobre los que pretendía basarse, que eran en su origen inocentes”.
    Ludvik vive entre dos amores fundamentales. El romance de Lucie; mujer llana, nerviosa; basado en la ternura y la nobleza, se convierte en un ideal para liberarse de su desgracia hacia lo sublime. Por otra parte está el de Helena; mujer casada, madura; dispuesta a las grandes pasiones que se sustentan en el riesgo y la aventura, el ridículo y la venganza, el cinismo y el rencor.
    La insoportable levedad del ser es de los mejores y más populares libros de Kundera que retrata la frivolidad, la superficialidad del alma, la dependencia de la voluntad respecto del misterio que se oculta detrás de cada detalle y hecho inconsciente. En esta novela el personaje central es Tomás, un galeno respetado, muy querido, quien trabaja en un hospital del Estado. Por la publicación de un artículo tergiversado, en un semanario de poca monta, que propulsó a su vez la histeria anticomunista, digamos en tiempos sobre la invasión rusa a Praga; el renombrado médico fue lentamente degradándose, perdiendo su reputación social y su empleo hasta llegar a convertirse en un limpiador de escaparates.
    El doctor Tomás, no obstante, tiene una debilidad secreta que comprende la fuente del conocimiento poético del cuerpo y que al mismo tiempo constituye el mayor de sus peligros existenciales: el amor de Teresa. Ella es una muchacha insegura, tímida, sentimental pero también leal, que está a dispuesta a perdonarlo todo, incluso el olor a sexo en la cabellera de Tomás cuando éste regresa del trabajo. Es un amor terco, despiadado, que va hilvanando un engranaje de reproches e indulgencias, manifestando grandes gestos de ternura y dolor, comprensión y desapego, como dos individuos alados que no pueden volar hasta adquirir otro cauce que el de la propia muerte.
    La levedad del ser resulta insoportable en el sentido con que muchas veces afronta el hombre la fragilidad de su destino, sin sospechar el irremediable peso de cada acto, y que abarca todos los temas posibles, digamos temas cotidianos que van desde la política, el sexo, la amistad y el amor.
    Milan Kundera es un mago del misterio de las relaciones humanas. La voluntad del ser debe imponerse más allá de lo superficial y lo arcaico, para trascender los propios límites de la mente y el cuerpo, y adquirir la autorrealización, el cumplimiento del deber o lo que otros llaman felicidad instantánea.


jueves, 13 de agosto de 2015

VIAJE HACIA CONDORNADA: crónica de una breve expedición

Foto: Manuel Rubio
El principio de todo
    Hasta que por fin se dio la soñada travesía. Estábamos ansiosos días antes, digamos hasta temerosos, las fotos que vimos en el Facebook de uno de los amigos de Varas eran sencillamente deslumbrantes, por el paisaje, el carácter aislado de su hábitat. Matizando nuestros planes, de trago en trago esa noche íbamos organizándonos. ¿Qué haremos?, dijo Manuel Rubio, pensé que iríamos en una móvil directo hasta Virú, y de allí empezar la caminata hasta Condornada. Pero la combi no se ha llenado pues, respondió Varas, estamos jodidos, tenemos que tomar un bus interprovincial dice mi pata, que nos lleve hasta el Puente, y después él nos jalará en su movilidad hasta Caray. Nos cobra 25 soles por cabeza. Pero esto es demasiado, opinó luego Sarmiento, en un restaurante frente al mar embravecido de Buenos Aires, chupando como demonio. ¿Entonces qué hacemos?, volvió a preguntar Manuel Rubio. Si quieren vámonos en moto, dijo Varas, pero hay que avisarle al Gato Síficus, para ir en parejas. ¡Mejor!, respondieron en coro los dos, ¡así está de putamadre!
    Al día siguiente, domingo 9 de agosto, nos encontramos en el Ovalo Grau a las siete de la mañana, y el hecho de despertar con resaca algunos y otros simplemente con sueño, reventando como canchitas en los ojos, hizo que volvieran recuerdos de la escuela, cuando madrugaba el que menos para ir a formar como cachacos en los patios de cada institución educativa. Pero esto no tiene mayor importancia. El asunto es que partieron por ese camino ignoto, sin guías turísticas, recorriendo aquel culebrón que es la carretera Panamericana, lleno de niebla y de frío y de camioneros que pasaban furiosos, comiéndose el asfalto como espaguetis. Era el desmadre. Una ruta larguísima. Con subidas y bajadas y el desierto en nuestras espaldas. El Gato Síficus manejaba como si fuera el último conductor del mundo, y desde lejos se veía a Sarmiento flamear, con lo flacucho que es, como una bandera, agarrándose apenas de la parrilla de la moto Honda.
    Varas y Manuel Rubio se cagaban de la risa, pero también de adrenalina. Iban con el cambio número cuatro, a máxima velocidad. Sobre todo cuando un escarabajo Volkwagen los adelantó rozando el intermitente inferior, haciéndolos trastabillar, demostrándonos en la cara lo mal que manejan los peruanos. Pero eso no significó un amedrentamiento ni mucho menos.
    Sin embargo, hubo un momento en que los brazos de Varas se entumecieron. Repito, era el desmadre. Sabían adónde es que podían llegar, conocían el destino final, pero no los detalles del camino, el proceso. En cada viaje llega un momento en que ya no existe marcha atrás: o lo tomas, o respiras una bocanada, o avanzas con todo el coraje, o te vas a la mierda. Manuel Rubio empezó a disparar con su cámara hacia los cerros, las señalizaciones de los kilómetros, el número 533, y aquí Varas tuvo que detenerse, para orinar, estirar las piernas, ya había transcurrido una hora, pero ésta era una de las tantas de las que realmente el día nos deparaba.
    Me voy a morir de frío, dijo Manuel Rubio, pero qué chucha. El Gato Síficus iba a una gran distancia como un huevo flotando en la niebla.
Foto: Manuel Rubio
La hora del mercadito y el Puente
   Milagrosamente llegamos íntegros, a salvo. Nuestras motos, una Honda y una Yamaha, eran lentas en realidad, motores pequeños, pero cómo corrían por esas pistas, parecían un par de caballos o burros relinchando como cuetes.
    Nos agenciamos de víveres para sobrevivir, puesto que teníamos que caminar atravesando un valle de abismos y trampas y árboles y enormes piedras que parecían tener cada una millones de años. Pero ahí estábamos los cuatro, buscando mandarinas, choclos, galletas, vinos, manzanas y bananos. Era un día de fiesta. El desmadre. No sabíamos si esa noche regresábamos a casa o acampábamos a la deriva. Varas empezó a llamar a su pata César, quien ya conocía la ruta, puesto que de él nos vino la idea, gracias a unas fotografías que vimos en sus redes sociales. Dijo apenas tres o cuatro cosas puntuales y aquello fue suficiente para proseguir el derrotero y con nuestra búsqueda, sin vacilar.
   Cuando entramos al pueblo con cierto orgullo, no sé por qué realmente,  presentíamos el encuentro con algo hasta entonces desconocido. Estábamos a punto de explorar una zona de nuestra propia existencia. Uno de los lugares más bellos de nuestra región. El cansancio no era motivo para el tedio.
    Ahora buscábamos la localidad de Caray. No estaba cerca. Allí teníamos que dejar las motos para echarnos a vagabundear. Alguien dijo que quería comer cañanes. Aprovechando el pueblo, uno que otro volvió a orinar.
    Calentamos motores y emprendimos nuevamente el viaje, tierra adentro.

Foto: Lautaro
Los círculos misteriosos de los cerros
   El Gato Sificus avanzaba a toda marcha, subiendo peldaños, zigzagueando, bordeando el filo del abismo, con el Sarmiento atrás como un arlequín o un personaje semejante. Manuel Rubio no paraba de buscar una imagen, digamos un cuadro, un instante para el lente del corazón fotográfico. De hecho que existen muchos lugares en el Perú y el mundo que resultan fascinantes. Pero aquí lo que trasciende es la camaradería y la aventura de nuestro gran viaje. Sabían los cuatro cuál era el propósito de cada uno de sus pasos, eso como que se presiente, dijo Varas. El Gato Sificus se alucinaba Ciro en el Valle del Colca y gritaba hoooolaaaaa, hoooolaaaaa, y las enormes piedras del tamaño de una casa de tres pisos ni se inmutaban pero emitían una radiación hermética en medio de ese vasto paraje, misterioso. Felizmente no encontramos ni un mosquito que nos fastidiara.
    La carretera ascendía como una serpiente por los múltiples cerros. Llegamos hasta las ruinas arqueológicas de una cultura prehispánica. Un poblador dio con nuestro alcance y nos recomendó ciertas pautas para llegar con bienestar a Condornada. Seguimos la ruta y por momentos pensamos que nos dirigíamos hasta el cielo. Ya no había señal en nuestros celulares. Ahora sí estamos medio perdidos, dijo alguien. Cuando llegamos a Caray, unos lugareños nos saludaron amablemente y nos pidieron que avancemos hasta la última casita de la zona, para después echar la verdadera caminata del día. Y así lo hicimos.
    Los patos y las gallinas se ahuyentaron con el rugido de nuestras motos.


Foto: Manuel Rubio
     Llegada triunfal a Condornada
    Como ustedes son unas madres, van a tardar poco más de tres horas, dijo un poblador en la última cabaña de Caray. Algunos fuimos al baño. Creo que Varas tenía mayores urgencias. Y seguimos internándonos en una niebla cada vez más espesa, refrescante, surreal, a pie. Sarmiento estaba anonadado. El Gato Sificus iba leyendo poemas de Cesar Vallejo al viento. Manuel Rubio parecía un gánster. Varas iba fumando y comiendo mandarinas, lo cual resultaba contraproducente, ya que se requería de buenos pulmones para llegar. A veces nos topábamos con otros seres humanos que estaban ya de venida. ¿Cuánto nos falta de recorrido, tíos?, preguntaba el Gato Síficus. Sigan adelante, nos decían, si se guían  por las flechas amarillas no se perderán. Un río sobrecogedor nos contemplaba desde abajo. El valle era intenso.
    Después de varias horas de consumir  tan sólo agua y algunas frutas nos pusimos a descansar, al costado de una colina, para meditar en qué andábamos. Y más seres humanos nos daban el encuentro, pero de bajada, y todos decían lo mismo, “ya van a llegar, ya van a llegar”. Hubo uno de esos tíos que se atrevió incluso a pedirnos marihuana. Por supuesto, los nuestros se negaron rotundamente.
    Fue por allí que derramamos una botella de los dos vinocos que compramos. Unos vinos Borgoña horribles. Para los duendes, dijo Sarmiento. Yo, viéndolos ahora desde este punto, pienso qué clase de locura es la que tenemos. El Gato Síficus y Varas se tomaron fotos bajo la sombra de un árbol. Para nuestro aprendizaje, dijeron.
     Ya eran las dos de la tarde y aun no llegábamos a las cataratas de Condornada.
    Y es que el camino era difícil. Las piernas tambaleaban. Era finalmente una ansiedad. Nos acompañaba sólo el silencio por momentos. Nada más propicio para escuchar nuestras voces. Con el calor de la sangre, y el entusiasmo por  Naturaleza, lo demás ya no importaba. No extrañamos el sol de Trujillo, ni la comida, ni el trabajo, ni las horas. Nuestra imaginación volaba.
    Con la lengua elástica, finalmente vislumbramos, luego de un profundo descenso, la verdadera magia de Naturaleza: una catarata sensacional rompía sobre unas piedras colosales, y la neblina diáfana y fresca, anunciaba que ya estábamos en Condornada, donde según cuenta la leyenda, hace tres años se ahogó entre sus fuentes un niño. Manuel Rubio dijo en qué momento aparece el unicornio tomando agua, por el carácter surrealista del paisaje.
    Algunos pobladores cuentan que aquí se bañaba un famoso Cóndor. Mientras tanto, nosotros nos sumergimos entre sus aguas a purificar nuestras almas, algunos a bautizarse, las nubes estaban al alcance de las manos, calatos.

     El retorno
Foto: Manuel Rubio
    Exhaustos, después de comer atún con galletas, y de nadar como unos puercos, retornamos porque no teníamos tiempo de sobra, aquí el día es pequeño. Y fuimos andando, jugando con la fornida vida, el aire, la flora, la majestuosidad de las cosas. Llegamos empapados al pueblo, cuando ya era de noche. Ahora el regreso sería diferente. Salíamos de la claridad del mundo para regresar felices al lado de una oscuridad intensa, en dos pequeñas motos, no había luna, por esa tremenda carretera que es la Panamericana. Y para remate, el Gato Síficus no tenía ni espejos retrovisores ni luz delantera. Varas le hacía señales, como guiños, de cuando en cuando. A toda velocidad, en forma de simbiosis, una moto, la Honda, dependía de la luz de la Yamaha. Manuel Rubio iba abrazado del Gato Síficus. Y la cámara bien guardadita entre los dos. Habíamos intercambiado parejas para el retorno.
    Era como viajar por un túnel negro. Sarmiento iba durmiendo, al parecer, porque no dijo ni pio, y Varas temblaba por la fragilidad de la moto, y el peso de las mochilas, pero la nave corría sola por el universo, ¡sola!
    Cuando llegamos al Ovalo Grau nos detuvimos para ver qué hay de nuevo. El Gato Sificus dijo que se había conectado con Naturaleza y que había iniciado el despertar de su conciencia. Sarmiento añadió que estaba asombrado por la inmensidad de Condornada y que por ello su mutismo. Manuel Rubio dijo que el paisaje era muy visual, que valía la pena, y que podría grabar allí una película. Varas agregó que el viaje era una gran aventura, el enfrentamiento con lo desconocido, las rutas, el destino final, y el riesgo respecto de la vida y la muerte.
    Y así, con un saludo mas bien deportivo, cada quien se marchó internándose en la negra noche, hasta que el vino otra vez los junte.



miércoles, 22 de julio de 2015

Foto: Referencial
APRENDIZAJE PARA UNA ÓPTICA SIN ESCUELA

    Una nueva metodología de enseñanza-aprendizaje se acaba de inaugurar en la institución educativa Los Pinos, con la gesta del primer festival escolar audiovisual denominado Cinescuela, realizado con éxito por el docente David Sarmiento Salas.
    Desde tempranas horas de la tarde, los alumnos de dicha institución fueron organizando el ambiente adecuado para proyectar los cortometrajes y documentales, procurando dar un buen espectáculo a los visitantes, presentando propuestas tan variadas como interesantes, que van desde temas sociales, patrimoniales, ambientales, literarios y cinematográficos.
    La presencia del jurado puso la cuota de rigor en dicho certamen. Omar Miñano y Manuel Rubio, ambos con experiencia en el campo de las artes visuales, después de apreciar los distintos trabajos, dieron finalmente su veredicto, en medio de gran expectativa, resultando como ganadores el cortometraje “Brunoise” y el documental “Chan Chan: tierra de dioses”. Los premios consistieron en la entrega de medias becas para cada uno de los integrantes, con la finalidad de estudiar en el centro de artes visuales Número.
    Al respecto, Manuel Rubio dijo “aun con materiales domésticos y un lenguaje artesanal, pero con carga expresiva, se aprecia la gestación de futuros talentos”. Por otro lado, el docente David Sarmiento Salas afirmó, satisfecho, “Cinescuela es un proyecto que busca fomentar el aprendizaje desde otra óptica, mezclando el cine con la pedagogía”.
    Resulta encomiable esta labor educativa, toda vez que Cinescuela aparece como una vanguardia, susceptible de ser aplicada en otras instituciones, públicas o privadas, fortaleciendo el espíritu creativo, despertando curiosidad por el saber, de una forma lúdica, competitiva, rompiendo viejos y pesados paradigmas respecto del maestro experto en las clases del tedio.
    Los alumnos recordarán con aprecio el festival escolar audiovisual, toda vez que han sido participes de las primeras señales del tan necesitado cambio de la educación en nuestra localidad. Por tal motivo, celebramos este encuentro de profesionales para llevar a buen puerto tamaña empresa, dado que, de un tiempo a esta parte, se aventuran a la adversidad de nuestra época con gran entusiasmo y seriedad.

     Que lo manifestado ayer sirva para el descubrimiento de futuros talentos, y que los maestros se adhieran al pequeño itinerario de Cinescuela, en sus múltiples vertientes, para llegar a establecer una gran plataforma de conjunción entre la comunidad escolar y docentes.




    

domingo, 14 de junio de 2015

Foto: Internet
CONJETURA SOBRE LA CEGUERA

    Ahora que estamos a puertas de que termine el ciclo, y que los profesores en la universidad se vuelven cada vez más pesados, cargados por el estrés laboral, por fin he terminado de leer Ensayo sobre la ceguera, célebre novela del escritor portugués José Saramago. Una novela que a ratos adquiere un ritmo extraño, por las reflexiones filosóficas que hace de vez en cuando la voz del narrador, y los diálogos superpuestos, seguidos de una coma, y diferenciados por una letra Mayúscula. Pero, ¿qué es realmente la ceguera?, ¿qué implicancias adquiera su metáfora, en una ciudad maldecida por un virus, una enfermedad, una pandemia que no distingue ciudadanos ni clases? Un hombre común y corriente, manejando su automóvil, frente a un semáforo en rojo, repentinamente pierde la visión, con una blancura intensa, como si los ojos fueran recipientes de “un mar de leche”. Se trata, pues, de una ceguera blanca. Así empieza el caos en esta ciudad recreada por la ficción del premio nobel de literatura.
    Todos los contagiados, o sospechosos de ser los portadores del “mal blanco”, son trasladados por orden del gobierno hacia un inmueble que, otrora, sirvió de recinto para enfermos mentales. Son resguardados por policías y militares, y éstos mantienen a raya a los infectados, con la amenaza de abrir fuego si asoman sus narices más allá de lo permitido. Hasta este lugar llegan los personajes principales, un médico oftalmólogo y su mujer, un ladrón, un niño estrábico, una mujer hermosa de gafas oscuras que gusta de la vida fácil, y un sin número de infelices ciegos. Y allí recrean el mismísimo infierno, perdiendo la dignidad hasta niveles bestiales, unos imponiendo la autoridad y la violencia sobre los demás, expropiándolos de sus bienes, digamos relojes, pulseras, carteras, dinero, todo lo que hayan podido traer a la mano, a cambio de la escasa comida que los militares arrojan con temor.
    Los ciegos malvados y autoritarios se agencian de un revolver para detentar el poder en el manicomio, y obligan a todas las mujeres de los distintos salones a ofrecer sus cuerpos, en un acto de verdad admirable, pues se trata de aceptar ser violadas o morirse de hambre. Aquí es cuando adquiere un rol fundamental la esposa del médico, que, dicho sea de paso, es la única persona que aún no ha perdido la vista, sabrá Dios por qué, representando el papel del sacrificio, la bondad y la sabiduría. Fue este personaje quién terminó por convencer a las demás que deberían ir a descargar los apetitos sexuales de los ciegos violadores, dejándonos pasmados una vez más por el valor demostrado a los hombres y también a los lectores.
    La ceguera es el pretexto de la ignorancia, el desinterés, el olvido de la importancia de las cosas. ¿Cómo organizar un cuartel de ciegos, donde todos temen dar el mínimo paso en falso, aquejados por la distancia y la incertidumbre de la vida? La mujer del médico piensa que tal vez los ojos no sólo sirven para ver.
   Mientras tanto, fuera del recinto, la población entera está alarmada, esto se ha descontrolado, y deambulan como muertos en vida, buscando comida, regresando a estados primitivos, abandonando sus propios hogares, perdiendo el más elemental sentido común, esa facultad que no necesita de un par de ojos para existir. Todo está destruido ahora, dibujando un escenario distópico. Sin embargo, los ciegos prisioneros, llamémoslos así a los que fueron reclutados por voluntad del gobierno, pudieron escapar del manicomio, digamos aquellos que resistieron y lucharon por sus vidas allí dentro. Y seguía liderando la mujer del médico, a la cual todos daban también por ciega, testigo de la brutalidad y el infortunio, la miseria y la fragilidad humana. La pluma de Saramago hace creer que se trata de una mujer excepcional.
    Pero la ceguera también puede ser vista como un sueño. Porque al final todos los ciegos sobrevivientes recobran milagrosamente la vista, alborozados, gritando por las plazas a vivas voces, ¡veo, veo! De la ceguera blanca, lechosa, se retrotrae a la oscuridad, para volver de golpe a la realidad cotidiana. Y es para los ciegos, o para los que tienen ojos y no ven, como un volver a empezar de nuevo.

    Felizmente los últimos días en la universidad van llegando de a pocos, y habrá más tiempo para leer, pasear en moto, salir con los amigos, entre otras cosas.