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CONJETURA
SOBRE LA CEGUERA
Ahora que estamos a puertas
de que termine el ciclo, y que los profesores en la universidad se vuelven cada
vez más pesados, cargados por el estrés laboral, por fin he terminado de leer
Ensayo sobre la ceguera, célebre novela del escritor portugués José Saramago.
Una novela que a ratos adquiere un ritmo extraño, por las reflexiones filosóficas
que hace de vez en cuando la voz del narrador, y los diálogos superpuestos,
seguidos de una coma, y diferenciados por una letra Mayúscula. Pero, ¿qué es
realmente la ceguera?, ¿qué implicancias adquiera su metáfora, en una ciudad
maldecida por un virus, una enfermedad, una pandemia que no distingue
ciudadanos ni clases? Un hombre común y corriente, manejando su automóvil,
frente a un semáforo en rojo, repentinamente pierde la visión, con una blancura
intensa, como si los ojos fueran recipientes de “un mar de leche”. Se trata,
pues, de una ceguera blanca. Así empieza el caos en esta ciudad recreada por la
ficción del premio nobel de literatura.
Todos los contagiados, o
sospechosos de ser los portadores del “mal blanco”, son trasladados por orden
del gobierno hacia un inmueble que, otrora, sirvió de recinto para enfermos
mentales. Son resguardados por policías y militares, y éstos mantienen a raya a
los infectados, con la amenaza de abrir fuego si asoman sus narices más allá de
lo permitido. Hasta este lugar llegan los personajes principales, un médico oftalmólogo
y su mujer, un ladrón, un niño estrábico, una mujer hermosa de gafas oscuras
que gusta de la vida fácil, y un sin número de infelices ciegos. Y allí recrean
el mismísimo infierno, perdiendo la dignidad hasta niveles bestiales, unos
imponiendo la autoridad y la violencia sobre los demás, expropiándolos de sus
bienes, digamos relojes, pulseras, carteras, dinero, todo lo que hayan podido
traer a la mano, a cambio de la escasa comida que los militares arrojan con
temor.
Los ciegos malvados y
autoritarios se agencian de un revolver para detentar el poder en el manicomio,
y obligan a todas las mujeres de los distintos salones a ofrecer sus cuerpos,
en un acto de verdad admirable, pues se trata de aceptar ser violadas o morirse
de hambre. Aquí es cuando adquiere un rol fundamental la esposa del médico, que,
dicho sea de paso, es la única persona que aún no ha perdido la vista, sabrá
Dios por qué, representando el papel del sacrificio, la bondad y la sabiduría. Fue
este personaje quién terminó por convencer a las demás que deberían ir a descargar
los apetitos sexuales de los ciegos violadores, dejándonos pasmados una vez más
por el valor demostrado a los hombres y también a los lectores.
La ceguera es el pretexto de
la ignorancia, el desinterés, el olvido de la importancia de las cosas. ¿Cómo
organizar un cuartel de ciegos, donde todos temen dar el mínimo paso en falso,
aquejados por la distancia y la incertidumbre de la vida? La mujer del médico
piensa que tal vez los ojos no sólo sirven para ver.
Mientras tanto, fuera del
recinto, la población entera está alarmada, esto se ha descontrolado, y
deambulan como muertos en vida, buscando comida, regresando a estados primitivos, abandonando sus propios hogares, perdiendo el más elemental
sentido común, esa facultad que no necesita de un par de ojos para existir.
Todo está destruido ahora, dibujando un escenario distópico. Sin embargo, los
ciegos prisioneros, llamémoslos así a los que fueron reclutados por voluntad
del gobierno, pudieron escapar del manicomio, digamos aquellos que resistieron
y lucharon por sus vidas allí dentro. Y seguía liderando la mujer del médico, a
la cual todos daban también por ciega, testigo de la brutalidad y el
infortunio, la miseria y la fragilidad humana. La pluma de Saramago hace creer
que se trata de una mujer excepcional.
Pero la ceguera también puede ser
vista como un sueño. Porque al final todos los ciegos sobrevivientes recobran milagrosamente
la vista, alborozados, gritando por las plazas a vivas voces, ¡veo, veo! De la
ceguera blanca, lechosa, se retrotrae a la oscuridad, para volver de golpe a la
realidad cotidiana. Y es para los ciegos, o para los que tienen ojos y no ven, como un volver a empezar de nuevo.