Edvard Munch, Los bebedores de absenta, 1890. |
ENCUENTRO EN EL BAR DE JUANITO
Quién de nuestros amigos podría
escuchar esta disyuntiva tan terrible y siquiera intentar comprenderla. No
espero llegar a obtener una conclusión definitiva del caso; ya sé que las cosas
insólitas ocurren en los momentos y lugares más impensados.
Aquella vez Romero y yo nos vimos en
el bar de Juanito. Serían poco menos de las once. Recuerdo que entró al local
con el semblante desencajado y con unas ganas torrenciales de hablar. Lo
escuché durante horas.
–Esta noche pienso acabar con todo,
mi hermano –dijo.
Luego se quedó callado por unos
segundos. Nuestros encuentros eran habituales durante el mes. Pero ese día salíamos
de alguna reunión imprevista. Yo terminaba de dictar clases en la universidad y
él acababa de cerrar caja en un banco.
–Mi relación con Celia está
deteriorada. Aparte que la he cagado. No me va a perdonar y ni quiero que me
perdone.
–Pero… estabas a punto de casarte
–recuerdo que dije, realmente asombrado.
–Eso es lo peor. Se siente ofendida y
me quiere ver muerto antes que...
Tomé un vaso de cerveza. Ya empezaba
a involucrarme automáticamente en los problemas sentimentales de Romero. Sólo
por curiosidad pregunté:
–Pero… ¿qué es lo peor que puede
pasar? Ambos son libres y buenas personas.
–Me he tirado a una flaca, la he
cagado… a mi edad, que pensaba que todo estaba claro. Las cosas pueden cambiar
radicalmente. No es temor. No vayas a pensar eso. Lo que pasa es que he tenido
experiencias religiosas que ya no sé qué pensar.
Por un momento creí que mi amigo se
había vuelto loco. Estaba desvariando. Pero no estaba borracho ni drogado. De
hecho, recién íbamos por la segunda ronda de chelas.
–¿Qué tiene que ver una cosa con la
otra?
–Mis ángeles me han dicho que no debo
dejar a Celia; que la busque antes que sea demasiado tarde. Dicen que está
embarazada. Que nos espera un futuro sólido. Que ella es la piedra sobre la
cual edificaré mi destino.
–¿Has estado chupando antes?
El bar de Juanito estaba repleto de
individuos. En este lugar se conversaba de todo. Por eso me gustaba venir aquí.
Romero me estaba llevando (sin darme mucha cuenta) a un terreno del cual no
conozco nada y que, a decir verdad, nunca me ha interesado conocer. Pero estaba
pisando el palito.
–Te juro que no me lo creo, mi
hermano, pero algo está pasando conmigo. Tú conoces a Celia. Sabes cómo es de
rigurosa con algunos temas.
–¿Cómo es eso de que has hablado con
tus ángeles? ¿De qué experiencias religiosas hablas?
Estaba preparándome para escuchar una
respuesta semejante, cuando recibo una llamada de mi mujer al celular. Le digo
que me espere en su casa una hora y cuelgo.
–Por medio de ella se han
manifestado. Suena terrible pero es verdad. La voluntad de Dios busca imponerse
sobre mi autonomía, en nombre de la misericordia y la justicia.
–¡Flaco, dos chelas más! –recuerdo
que grité.
Me recosté en el asiento trasero en una
actitud incomoda. Me irritaban las palabras de Romero. Pensaba, sinceramente,
que se había lavado el cerebro, que estaba por convertirse en evangélico y eso
sí que sería el colmo. Felizmente, al instante me aclaró esta duda que
germinaba en mi interior.
–Yo no practico ninguna religión, mi
hermano, la verdad para mí es el día a día. Aunque de niño creo que fuimos educados
con la moral cristiana, ¿no?
–¿Y que más han dicho tus ángeles?
–Me advirtieron sobre el pasado y el
futuro. Yo les dije que necesito soledad y autonomía. Que amar es también decir
adiós. Que nos desprendemos de algo para crecer. Que la oscuridad con Celia
sólo me ha empozado el corazón de sentimientos que no me pertenecen.
–¿Esos seres te proponen una vida, un
camino, digamos un destino con el cual no te sientes identificado?
–Exacto. Me siento alienado. No puedo
ser yo mismo. Yo no quiero saber más de Celia. Y sí está embarazada, le daré lo
mejor a mi hijo.
–¿Y tu querida qué dice? ¿Qué es de
ella?
–La conocí de casualidad. Apenas
empezamos a hablar y fue suficiente para envolvernos en una vaina que nos llevó
hasta un telo. Me gustaría tener algo más con ella. Es linda.
–¿Crees que eso es lo correcto?
Tomate un vaso y piénsalo… ¿es lo correcto?
–Quiero ser libre, mi hermano. Quiero
crecer. No deseo tener apego por nada ni por nadie. Mis ángeles han dicho que
esta mujer es de apariencia no sincera. Que me cuide de las aguas mansas.
Ahora estaba comprendiendo la
debilidad moral de mi buen amigo. Era un régimen totalizador la voluntad
divina, y él, un hombre minúsculo, que cree firmemente en su capacidad de
trabajo, un ser que apenas busca respuestas lógicas a cada aspecto de sus
circunstancias. Ciertamente la disyuntiva era terrible.
–Pero, ¿tú crees en todas esas cosas
realmente, que a los ojos de cualquier parroquiano resultan irracionales, sobre
todo en nuestra época?
–No creo, pero las estoy viviendo.
Estoy conversando de tú a tú con seres que no son de nuestra esfera.
Hablaba con tanta seguridad. Francamente
expresaba una firmeza que se parecía al hierro o al roble.
–¿Y qué has pensando hacer?
–Creer en mis convicciones… si hay
algo más allá de la muerte, y los arquetipos de nuestra consciencia nos
persiguen… seguiremos siendo los mismos en cualquier lado.
–Para mí que no necesitamos de Dios.
Piensa en lo que razonablemente necesitas: ¿que decidan por ti?, ¿que te
adoctrinen? No puedes ir por un sendero que es distinto al de tu naturaleza.
Mi amigo clavó su mirada profunda en
mis pupilas. Parecía meditar detrás de sus ojos de fuego. Luego de prender un
cigarrillo continuó.
–Voy a mandar todo al carajo, mi
hermano. Y empezar a vivir desde cero.
Un grupo de curiosos brindó por nuestra
mesa al escuchar la sentencia, y después aplaudieron con alborozo. ¡Viva la felicidad,
compañero!, dijeron en coro, ¡salud por eso!
Nosotros también nos reímos.
Al día siguiente Romero viajaba a
trabajar de transportista al Brasil.
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